lunes, 26 de marzo de 2012

Poder

La afímera bestiecilla se alimenta de eternidad. Aparece en cualquier momento, se refleja en cualquier sonrisa memorable, se disfraza de inconmovible severidad, bohomía, honorabilidad, eticidad, academisismo. Se torna humilde, graciosa, melosa, zalamera, obediente, arrepentida... autoritaria. Se trata de establecer un orden. Hay que uniformar a la bestia. No cualquier uniforme sino el que corresponde al orden que alcanza a entender, comprender, saber o desear quien ordena, dispone: el domador. No importa la clase o tipo de orden, ni cuan grande o cuan pequeño; si instantáneo o permanente, ni si alcanza a muchos o a pocos, íntimo o ajeno. Es necesario domeñar la bestia, hablar a la bestia; despojarla del maquillaje, arrancarle todo adorno quitarle el disfraz. Así, pues, la bestia será una sola bestia, no variada, ni mucha, ni distinta, ni cambiante.Y el domador vivirá feliz con la bestia de sus sueños, que no es una bestia sino el más inocente, perfecto y sublime de los ejemplares humanos, en paz consigo mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario