jueves, 29 de marzo de 2012

Rolaing Aragooper

Fue muy grato conversar al cabo de mucho tiempo con el profesor Rolaing Aragooper de cuya amistad tuve el privilegio de disfrutar en la juventud, ese bendito tiempo en el cual todo lo que ocurre parece magnífico y todo lo imagináble posible.  Pude apreciar entonces su natural nobleza, innumerables virtudes y bondadosa manera de considerar las cosas. Constatar ahora -después de muchos años- que nada de ello ha perdido sino cultivado, educado y mejorado, me lleno de gozosa tranquilidad. Todo esto y un sentimiento de fraternidad me animó a confiarle reflexiones que no suelo compartir y mantengo en reserva. Percibo -le dije- en mi mismo que con el paso del tiempo mi espíritu se afina, observo las cosas con imparcialidad o menos parcializadamente que antes, juzgo a las personas con menos dureza o tal vez no las juzgo sino solamente intento comprender los motivos que las impulsan o las razones que las mueven, en cierto modo  mi vida alcanza un sosiego que compensa la menor expectativa y la cortedad del futuro. Esos son los efectos benéficos del paso del timpo en las personas, la experiencia vivida nos hace menos torpes, menos impulsivos, menos apresurados, más reflexivos, seguramente el paso del tiempo nos enseña a ser más cuidadosos con nuestras palabras y actos. El profesor Rolaing me escuchaba atentamente, luego comento afáblemente, corrigiéndo mis apreciaciones, que el paso del tiempo no solo deteriora el cuerpo. Hay gente que no aprende, la mayoría de las personas se niegan a aprender. Tenía razón para saberlo. Guardé silencio. Terminamos nuestro café agradecidos porque el azar nos favorece. Nos despedimos. Tal vez volvamos a vernos. El profesor Rolaing debe continuar sus actividades y yo las mias.


miércoles, 28 de marzo de 2012

Democracia. Aristocracia. Meritocrácia

La democracia se sustenta en la creencia en que la razón, es decir, la capacidad de distinguir lo verdadero de  lo falso y lo injusto de lo injusto es un patrimonio que compartimos todos los hombres sin distinción alguna. Por eso, en las asambleas públicas en que se deciden las acciones a partir de lo que se estima posible, probable, verdadero y justo, cada hombre tiene un voto, y es justo o verdadero lo que la mayoría estima justo o verdadero. [Protágoras o Tocqueville]. La democracia representativa se justifica ante la imposibilidad de los hombres de reunirse todos ellos en asamblea pública y decidir con el voto de cada uno de ellos que es lo verdadero o justo, posible o probable.  La creencia aristocrática sustenta la creencia incompatible con la anterior según la cual la capacidad de distinguir lo verdadero de lo falso y lo justo de lo injusto, probable o posible está reservada a unos pocos hombres naturalmente mejor dotados que los otros y/o rigurosamente instruidos e educados.  Las decisiones que comprometen los destinos de la colectividad competen a aquellos pocos hombres suficientemente capacitados para ejercer el liderazgo, dirigir, orientar y decidir las acciones trascendentes. [Platón]. La creencia meritocrática o burocrática de alimenta de ambas fuentes. Asume que siendo común a los hombres la aptitud para distinguir lo verdadero de lo falso y lo justo de lo injusto, la capacidad de hacerlo satisfactoriamente sólo se alcanza gracias al aprendizaje y a la práctica. [Aristóteles]. El gobierno de los partidos [Weber]
Se sabe
La democracia conduce a la anarquía.
La aristocracia conduce a la oligarquía.
La meritocracia a la plutocracia.

Todas estas reflexiones tiene como referencia la manada humana y los modos de conducirla. La suposición es  esa, pero...

lunes, 26 de marzo de 2012

Poder

La afímera bestiecilla se alimenta de eternidad. Aparece en cualquier momento, se refleja en cualquier sonrisa memorable, se disfraza de inconmovible severidad, bohomía, honorabilidad, eticidad, academisismo. Se torna humilde, graciosa, melosa, zalamera, obediente, arrepentida... autoritaria. Se trata de establecer un orden. Hay que uniformar a la bestia. No cualquier uniforme sino el que corresponde al orden que alcanza a entender, comprender, saber o desear quien ordena, dispone: el domador. No importa la clase o tipo de orden, ni cuan grande o cuan pequeño; si instantáneo o permanente, ni si alcanza a muchos o a pocos, íntimo o ajeno. Es necesario domeñar la bestia, hablar a la bestia; despojarla del maquillaje, arrancarle todo adorno quitarle el disfraz. Así, pues, la bestia será una sola bestia, no variada, ni mucha, ni distinta, ni cambiante.Y el domador vivirá feliz con la bestia de sus sueños, que no es una bestia sino el más inocente, perfecto y sublime de los ejemplares humanos, en paz consigo mismo.